La Azotea by Fernanda Trías

La Azotea by Fernanda Trías

autor:Fernanda Trías
La lengua: eng
Format: epub
Tags: la azotea;Fernanda Trías;charco press
editor: Charco Press
publicado: 2021-08-08T18:15:48+00:00


Por momentos me parece oír ruidos en la escalera. Difícil estar segura porque el silencio es tal que hasta tiene sus propios sonidos. Es cómico cómo al final ellos lograron invadirme: de adentro hacia afuera, instalando la duda como quien planta una hierba mala. Lo que me tranquiliza es saber que no van a poder llevarse nada de lo que fue mío. Sólo van a encontrar un ropero con los trapos viejos de Julia, unos muebles sin valor, y a mí, que estoy igual que esta casa: llena de cosas muertas.

Una puerta se cierra en el piso de abajo, o puede que sea en la calle, o al lado, aunque está un poco lejos para ser la del 302. El golpe es seco y repentino. Me sobresalta pero consigo acomodarme. Falsa alarma. Me pregunto si esta espera larga y cruel es parte del plan, si el silencio más puro intercalado con ruidos repentinos es una forma de tortura, o si es que todavía no están seguros de lo que pasa acá adentro. Tengo frío, pero no voy a estirar la mano para agarrar la frazada. Flor y papá deben de estar fríos también, aunque ya no puedan darse cuenta.

No quiero seguir pensando en mi derrota, pero ya no puedo evitarlo. Soy presa de mi propia trampa: no me queda más que esperar, y espero. Ahora pienso en la policía, en el primer día que vinieron a casa. ¿Cuándo fue? Antes de que Flor cumpliera un año, antes del caballo. Ya sé, un poco después del desmayo en el cuarto de papá, porque aún tenía la herida.

El policía era bajo y tenía la piel cuarteada como el cuero de un sillón viejo. Hubiera reconocido su porte de policía a una cuadra de distancia, aunque no llevara el uniforme. En lo que a mí respecta, todos los policías del mundo podrían ser hermanos; sus movimientos siguen una línea recta y caminan sin ningún tipo de gracia ni de flexibilidad, como si los manejaran con alambres desde el cielo. Este era tan prolijo que el olor a colonia había apestado el hall. Cuando abrí la puerta me miró a través de la rendija que permitía la cadena. La cadena le quedaba justo a la altura de los ojos, por lo que sólo pude verle la boca.

—Buen día —dijo.

Los labios se movieron como una mariposa agonizante.

—Usted dirá.

El hombre se agachó para mirarme por debajo de la cadena y el resto de la cara apareció frente a mí. Cuarteado como un cuero, pensé. Joven, pero arrugado de tanto sol.

—¿Qué le pasó en la cara? —me preguntó.

—¿Qué le parece? Me caí.

La herida cicatrizaba despacio debido a la infección y tenía una cáscara fea, mezcla de sangre negra con pus. En el espejo se veía como si tuviera una cucaracha aplastada sobre la ceja, pero lo cierto es que ya no me molestaba. El policía hizo una mueca de dolor y se llevó la mano a la ceja.

—No duele —le dije.

—Disculpe, no la quiero molestar, pero estoy haciendo una averiguación.



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